Machete

por Miguel
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La platanera junto a la quebrada tiene varios racimos de guineo listos. Hay uno incluso que se pasó. Se le notan partes medio negras y ya se lo están comiendo los pájaros.

Llevo varios días aplazando la machetiada. En las últimas dos semanas, cualquier esfuerzo me deja medio apaleado. No tanto por el aire, sino que quedo con el cuerpo molido como si hubiera hecho quién sabe qué o simplemente quedo como aletargado, de una forma muy similar a cuando a uno lo afecta un poco el cambio de altura.

Preferiría no hacerlo, como dicen, pero al final tomo impulso. Tendremos guineo para todo un mes y hasta para regalarle a los vecinos.

Los pastos del barranco están demasiado crecidos. Tampoco los he cortado. Bajo entonces despacio, sin saber siquiera dónde piso, con el machete enfundado en la mano derecha. Cata mientras tanto aparece por el otro lado, por el palo de limón.

Dos de los tallos que debo cortar dan contra la barranca que cae a la quebrada. Me agarro de uno con ambas manos y me meto allí lo mejor que puedo. Quedo con poco margen de maniobra y no logro tomar suficiente impulso y me veo obligado a dar un montón de golpes cortos que no rinden nada. Por momentos, casi parece como si estuviera cortando un tronco. Finalmente el tallo cruje y Cata me ayuda a jalar la planta que cae enseguida junto a la mata de lulo.

Subimos los guineos hasta la casa y los ponemos al sol. Me siento agitado. y no solo eso. Sino que por más que descanse la agitación permanece igual. Como si el esfuerzo acabara de pasar. No es tanto la respiración. Todo mi cuerpo anda a cien por hora.

Me acuesto buena parte de la tarde a ver la Eurocopa. Siento los brazos débiles y el tórax pesado. En especial el pecho. Para completar, los ojos me arden de forma inusual. Paro a mirarme en el espejo y los noto increíblemente rojos. Los párpados, además, me pesan como si no hubiera dormido. No veo la hora de hacerlo y de levantarme mañana más normal. Así sea un poco.

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