Homero

por Miguel

Abro las puertas a primera hora de la mañana y aparece enseguida a saludar. Un perro peludo y enorme que todavía se cree cachorro. Una mezcla entre pastor alemán y golden retriever que comienza a restregarse contra mí, sin dejar de emitir toda clase de tonos en un dialecto lobuno.

El virus me dejó las alergias alborotadas. Pronto empiezo a estornudar y a toser y se me va un poco el aire. Le digo entonces a Homero que mejor se vaya para su casa. Y él, que al parecer lo entiende todo, me acompaña hasta la portada y espera pacientemente a que le abra el candado.

Comienza entonces a subir por el camino, a paso decidido. Sin embargo, ya me lo conozco de memoria y me quedo a la espera hasta verlo detenerse poco antes de llegar a la siguiente portada. Su intención, como siempre, es meterse de nuevo por el alambrado y regresar acá. Al verme, se siente descubierto y empieza a rascarse con la pata trasera. Una más de sus artimañas para que uno baje la guardia. Vuelvo entonces a decirle que se vaya para su casa y, después de insistirle varias veces, lo veo atravesar el nuevo campo de maíz hasta perderse a lo lejos.

Al final de la tarde se desata una tormenta. Homero aparece de pronto y aprovecha que nadie lo está viendo para entrar a la sala y esconderse detrás de la puerta. Anda inmutable. Estático. Totalmente espantado por los rayos.

Cuando era cachorro, Homero vivía en la casa de al lado, en la otra orilla de la quebrada. En ese tiempo tenía otro dueño y un día, en medio de una tormenta, un rayo les cayó a los dos, en el corredor de afuera de la casa. Ambos sufrieron heridas graves y tuvieron que ser trasladados a urgencias. Tanto así que el hombre estuvo al borde de la muerte.

Cae la noche. La lluvia ha mermado. Los rayos ya se han ido. Antes de cerrar las puertas, Cata acomoda un largo cartón afuera, junto a la puerta de la cocina. Coloca luego una cobija sobre el cartón y Homero no tarda en acurrucarse encima, recostado contra la pared. Nos despedimos de él y cerramos la puerta. Hacemos comida y nos quedamos oyendo música en la sala. Después vemos una película y nos vamos a dormir.

En varios momentos de la noche, entre sueño y sueño, Homero comienza a rascarse con fuerza y suena como si una persona tocara la puerta con insistencia. De vez en cuando, también se le oye ladrar.

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