Vecino

por Miguel
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Martes festivo. Me levanto poco antes de las 8. Lo más tarde que me he levantado desde marzo. Lo curioso es que sigo con sueño, como si no hubiera dormido bien.

Le doy de comer a los gatos y abro las puertas de la casa. El cielo está supremamente azul. Sin una sola nube. Doy una vuelta por los alrededores, saludo al vecino levantando la mano y pienso que hoy, muy seguramente, hará el mismo solazo implacable de los últimos días.

El vecino anda limpiando el cultivo de maíz con un azadón. Mueve la tierra en torno a las eras y va formando montículos cada vez más pronunciados en la base de los tallos para que resistan mejor el viento. Hacia adelante y hacia atrás. Hacia adelante y hacia atrás. Una y otra vez, el mismo movimiento.

Como siempre va descalzo. Camisa manga larga, sombrero, tela en el cuello para cubrirse del sol. De vez en cuando se detiene a descansar, se seca el sudor. Luego se queda mirando hacia la montaña y de repente vuelve a empezar. Hacia adelante hacia atrás. Hacia adelante y hacia atrás. Como si entrara en una especie de trance.

Lavo los platos y los vasos que quedaron de anoche. Pongo a sonar Cacophony en el equipo y reviso el correo en el teléfono en busca de un par de mensajes que llevo días esperando. No encuentro nada y paso también unas fotos de la cámara al teléfono. Después les pongo unos filtros y las comprimo con Snapseed.

El cultivo de maíz se mece al viento. Es increíble lo mucho que ha crecido. Hace poco más de un mes, el vecino andaba haciendo quemas, en unos arrumes espléndidos, tras haber cosechado fríjol. Ahora, justo en este momento, toma dos costales al borde de la era y comienza a mezclar dos abonos distintos de un costal a otro. Finalmente lleva el costal más pequeño hasta la mitad de la era que está trabajando y se dedica a regar el contenido sobre la tierra, como si alimentara palomas con la mano.

Hoy, la verdad, no sé muy bien qué hacer. Ese tema de los festivos siempre lo trastoca a uno. Tal vez le diga a Cata que vayamos a caminar. Tal vez hagamos fríjoles de almuerzo y luego veamos alguna serie. También le puedo ayudar a Cata a montar su página. Otra posibilidad sería arreglar un poco la huerta.

Las plantas de maíz siguen moviéndose al viento, tan suave e ininterrumpidamente como si habitaran el fondo del mar. Su verde resplandece al sol, igual que los árboles que hay al fondo y que los otros dos cultivos de maíz que se ven más atrás. Mi vecino, entretanto, sigue removiendo la tierra. Hacia adelante y hacia atrás. Hacia adelante y hacia atrás. Un movimiento acompasado. Ligero y a la vez enérgico. Como si siguiera un ritmo profundo y secreto.

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