Termino de guadañar y se desgaja un aguacero. Corro entonces a escamparme en el corredor, afuera de la casa. Desde que llegué, las puertas y las ventanas están cerradas. No parece haber nadie.
Los chorros de agua comienzan a caer por las tejas. Se acortan, se alargan. Vibran sin cesar como tentáculos viscosos. Pienso en Karen y saco el Kubo del bolsillo. En catorce minutos, ella me estará esperando en los escalones frente a la iglesia.
La señal teletransportadora, sin embargo, aparece nula. Hace un rato, mientras almorzaba, oí una leve explosión. Tal vez se deba a eso.
Miles de luciérnagas azules pasan frente a la casa. Nunca había visto tantas. Una de ellas se desprende de las demás y se acerca a escanearme. Me hago el desentendido y la veo unirse de nuevo al enjambre, que se aleja a toda velocidad como un solo pensamiento por el cultivo.
Varios rayos consecutivos rompen el horizonte en dirección al pueblo. Las nuevas torres de transportación alcanzan a verse sobre barrio Ospina. Cuatro o cinco naves sobrevuelan el perímetro.
La primera vez que invité a salir a Karen, dijo que yo no le gustaba. Sin embargo, sus ojos brillaban más de la cuenta. Se notaba radiante. Casi sonriente. Como si no quisiera convencerme del todo.
Escucho un par de explosiones más. Nada muy drástico. Casi como pólvora. Poco después, comienza a caer la noche.
Por primera vez, desde que tengo recuerdos, las luces amarillas y verdes y naranjas de las torres de transportación no se encienden en lo alto de las montañas. Miro de nuevo el Kubo. Cero señal. Ni siquiera puedo llamar a Karen.
Anoche, en cambio, ella andaba algo seria, y pensé que me saldría otra vez con ese rollo de no gustarle. Pero fue justo lo contrario. No solo aceptó salir conmigo, sino que sugirió que fuéramos a la última función del parque de atracciones, que visita el pueblo por estos días. Dijo que anhelaba hablar con plantas y animales. También dormir profundamente y grabar algunos de sus sueños.
Las luciérnagas moradas se abalanzan sobre la montaña del frente y se encargan de escarbar el monte durante un buen rato. Su vibración tiembla como un rugido a lo lejos. Después desaparecen. No las veo más.
Reinicio el Kubo y brego a teletransportarme varias veces. Observo pasar una zarigüella por el cable de la luz y finalmente desisto.
Anoche, de todas formas, Karen se despidió diciendo que no me hiciera muchas ilusiones. Aunque me fui feliz, también me quedé pensando. Sinceramente, no entiendo cómo alguien puede controlar ese tipo de cosas a su antojo.
Millones de luciérnagas fucsias bajan de golpe del cielo como gotas que eclipsan la lluvia. El agua cesa. Saco de nuevo el Kubo y trato de teletransportarme varias veces. Pura terquedad. Hace rato que Karen debe haberse ido.
Me echo la guadaña al hombro. Abro la portada y comienzo a bajar los rieles. Por lo que he escuchado, son casi seis horas de camino.
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