Muraleo (Parte 2)

La esperadera

por Miguel
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Primero nos dijeron que ya todo estaba listo y que empezaríamos a trabajar el lunes. Pero luego nos dijeron que no, que los trabajadores andaban un poco atrasados con la fondeada del muro y con la colgada de los andamios y que el inicio de la obra se aplazaría hasta el jueves. Sin embargo, llegó el jueves, y resultó que tampoco.

Y es que el miércoles al mediodía, cuando los alpinistas estaban a escasos diez metros de terminar, descubrieron que uno de los extremos del muro de la terraza no parece confiable para clavar los pernos que sostienen las guayas y, obviamente, los andamios. Para colmo, nadie había consultado jamás los planos estructurales del edificio y, cuando al fin lo hicieron, resultó que los del último piso no aparecen por ninguna parte.

Para completar, a los organizadores del proyecto no les pareció tan grave el problema y, a través de un comunicado, le propusieron a Deúniti que recortaran el diseño. Lo más importante, según ellos, era no desaprovechar la parte ya fondeada del muro ni los andamios que ya colgaban de las zonas supuestamente seguras de la terraza.

Ante semejante propuesta, todos quedamos atónitos. Sin embargo, el nivel de absurdo era tan elevado que no tardaron en aparecer las bromas sobre las distintas variaciones que podía adoptar el diseño, en caso de recortarle casi la tercera parte de su largo.

En el diseño, de hecho, hay una chica que estira el brazo desde el costado izquierdo hasta alcanzar el hombro de un muchacho de gorra, ubicado en el extremo derecho. La parte central es, por tanto, la más despejada y está compuesta por las letras B, L y A de la palabra HABLALO.

Todo esto significa que en caso de tener que recortarlo, la opción más viable sería acercar a los personajes hasta superponerlos en un solo abrazo. Las letras, por el contrario, tendrían que ser mucho más estrechas y, a lo mejor, menos altas. Lo que sin duda las volvería ridículas y prácticamente imposibles de leer desde cierta distancia. Para evitarlo, la única solución sería que en lugar de HABLALO dijera simplemente LALO. Con solo pensarlo, tuvimos para reírnos varios días.

La buena noticia es que el hotel tiene otro muro casi idéntico que mira hacia el oriente y que cuenta además con varias ventajas. Tanto así que los amigos de Deúniti ya lo habían solicitado desde un principio, sin imaginar que los organizadores se opondrían de mil maneras posibles y sin argumento alguno.

Al muro occidental, por ejemplo, solo se puede acceder por el incómodo techo de tejas de un acuario. El oriental, en cambio, cuenta con acceso directo desde tierra firme, a todo lo largo de un lavadero de carros.

Como si fuera poco, la parte central del muro occidental está formada por ladrillos calados: o sea huecos y más huecos, que atentan contra los principios elementales del pixel. El muro oriental, por el contrario, no tiene ni medio hueco y, para completar, se halla protegido, a la sombra del poniente.

Tras una avalancha de especulaciones y verificaciones que duró mucho más de lo esperado, se decidió finalmente que la estructura del costado oriental del hotel sí es apta para clavar los pernos a todo lo largo del muro de la terraza y que los andamios del costado occidental serán aprovechados por otro colectivo artístico.

Acordado todo esto, debíamos esperar unos días más por un nuevo montaje de andamios. Eso sí: ya no había tiempo de fondear, por lo que tendremos que pintar directamente sobre el ladrillo. Afortunadamente, el montaje estaría listo para el martes siguiente. A más tardar…

Solo que claro. Llegó el martes y los organizadores nos salieron otra vez con el mismo cuento. Que los alpinistas habían tenido un pequeño retraso, pero que el jueves, con toda seguridad, estaríamos trabajando.

En el transcurso de las distintas esperas, Pablo y Sebas subieron a Rionegro a preparar los colores de los vinilos, con la ayuda de un jubilado de Pintuco al que apodan El alquimista. Juanes, entretanto, le dio los últimos retoques al mapa de pixeles.

Durante ese tiempo, yo solo bajé de Santa Elena para hacerme los exámenes preocupacionales de la ARL. Ese mismo día, me vi con un coordinador de la parte logística y le entregué todo tipo de papeles, antes de poder firmar el contrato. El resto de los días me quedé con Catalina sin hacer mayor cosa. Me sentía un poco raro. Pues hiciera lo que hiciera, cada noche me dormía con la sensación de que a la mañana siguiente me llamarían para empezar.

2

Como era de esperarse, los organizadores nunca nos mantuvieron al tanto de nada. Sin embargo, quienes pasaron frente al hotel, en los días previos a la fecha supuestamente definitiva, vieron a varios alpinistas dedicados a limpiar el muro con agua y jabón. Gracias a eso, estábamos casi seguros de que el inicio de la obra se volvería a aplazar. Con todo y eso, decidimos ir al mediodía del jueves pactado.

Como de costumbre, las cosas suelen ser diferentes en las fotos. La fachada del hotel, sin ir más lejos, resultó mucho más estrecha de lo imaginado. El muro oriental tampoco es que sea pequeño, ni mucho menos, pero sí pierde esa perspectiva de rascacielos que mostraba desde ciertos ángulos.

El lavadero de carros está lleno de Audis, Mercedes, BMWs y una amplia gama de camperos, tipo burbuja. Tiene una casita, en la que funcionan las oficinas, y está enmallado por todas partes. La sede, de hecho, continúa en el interior de una reja alterna al otro lado de la calle. Sitio que, como dato curioso, cuenta con un spa para perros.

Aparte del inmenso muro y de los carros, lo primero que vimos al llegar fueron los diez andamios verdes que descansaban en el suelo, a la espera de ser alzados. Cada uno mide tres metros de largo por noventa centímetros de ancho y se hallan ensamblados en una larga cadena de treinta metros. Sus barandas, dobladas contra el suelo, mostraban a primera vista un aspecto bastante frágil.

Tras permanecer largos ratos obnubilados frente al muro, subimos a almorzar junto al parque del Poblado, en el restaurante asignado para el proyecto. Pagamos con fichos, fuimos luego a tomar tinto en la esquina y terminamos descansando en el parque de La Bailarina, donde aproveché para dormir un poco sobre una banca.

Más tarde bajé con Juan Sebastián al Homecenter de Las Vegas y compramos todo lo que nos hacía falta: cascos amarillos con barbuquejo, gafas de sol, guantes, tapanucas, así como un bafle chino para poder oír música en el andamio. Después subimos de nuevo al hotel y guardamos nuestras cosas en un cuarto útil del garaje, que nos servirá como bodega.

El resto de la tarde, no hicimos mayor cosa. La información sobre el inicio de la obra era tan difusa que nadie sabía prácticamente nada. No había tampoco ningún alpinista para preguntarle al respecto y, durante varias horas, no tuvimos más remedio que dedicarnos a mirar las mismas cosas una y otra vez, como si estuviéramos obligados a aprenderlas de memoria.

Mientras tanto, en lo más alto del edificio, las guayas colgaban desde once cerchas distintas que atravesaban el muro de la terraza por encima de la última viga. Una y otra vez miramos a las alturas, donde la separación entre ladrillos desaparecía por completo y el muro se convertía en una sola amalgama gris. Por momentos, la terraza terminaba fundiéndose con las nubes y con el cielo. Al final de la tarde, a todos nos dolía el cuello de tanto mirar hacia el infinito.

Más o menos a las cinco, cuando ya estábamos a punto de irnos, apareció un alpinista con actitud segura y desenfadada. Se esforzó en asegurar que el andamio estaría listo para el día siguiente, pero nadie le creyó. Y así, entre las luces del ocaso, subimos a tomarnos unas cervezas al parque.

A la mañana siguiente, pasamos un par de horas viendo trabajar a los alpinistas. Y aunque se notó que les rindió bastante, lo cierto fue que el paisaje de andamios extendidos a lo largo del suelo no varió en absoluto.

Al rato apareció un motociclista con los refrigerios que nos enviará el proyecto, dos veces al día. Estuvimos sentados un rato en el murito que da contra la 10 y luego nos dedicamos a caminar del lavadero al hotel y del hotel al lavadero, como si anduviéramos en trance.

Al llegar al hotel no hacíamos más que hablar del mural, mientras que en el lavadero no parábamos de contemplar el muro, como si se tratara de una ruina imprescindible de la antigüedad. Por momentos todo parecía un teatro del absurdo, una gigantesca farsa.

Pasada la una, subimos al parque a almorzar. No hubo mayores diferencias respecto al día anterior y pasamos de nuevo la tarde peregrinando del lavadero al hotel y del hotel al lavadero. Al atardecer, subimos también al parque a tomar cerveza.

3

A la mañana siguiente, el andamio comenzó por fin a elevarse, y los alpinistas lo fueron cubriendo con una lona verde que nos protegerá del sol.

Pese a que el diseño del mural está pensado para que cualquier persona pueda ejecutarlo, aún existen dudas metódicas que solo podrán resolverse en la práctica. Empezando porque aún no tenemos ascensor y la idea inicial era pintar de arriba hacia abajo, para evitar posibles salpicaduras de pintura que estropeen el mural. De momento, lo único seguro es que trabajaremos en parejas. Cada una cuenta con un plano del diseño y deberá buscar la mejor forma de organizarse.

En el transcurso de la mañana aprovechamos para quitar la etiqueta de cada lata de pintura, antes de marcarlas, según el color, con la misma nomenclatura que aparece en el mapa del diseño.

El asunto funciona más o menos así: F significa fondo, G, gente y H, HABLALO, o sea las letras. En total, entre F1, F2, F3, G4, G5, G6, H7, H8, H9, H10, H11 y demás son algo así como 29 tonos distintos, entre rosados, azules, todo tipo de amarillos, naranjas y rojos, que alcanzan desde las tonalidades más claras hasta otras tan oscuras como el púrpura y el chocolate.

Después de almuerzo, los andamios estuvieron por fin a la altura en que empieza el mural: es decir, justo encima de la viga del segundo nivel. El ascensor, de hecho, será también el onceavo andamio. Mientras tanto, el acceso será por una torre con escalera interna.

Finalmente, después de días y días de espera, todo estaba listo: andamio, torre para acceder al andamio, latas de pintura marcadas y organizadas, planos de pixeles, metros, tizas, arneses, eslingas, gafas oscuras, platineras, guantes, cascos con barbuquejo… Apareció también la coordinadora de alturas (SISO) y cada quien firmó la planilla que lo autoriza a subir al andamio.

Como era de esperarse, la primera subida fue bastante lenta, y entre los ocho nos demoramos casi media hora. Y no solo por la falta de práctica, sino porque toca ir haciendo algunos ajustes. Por el momento, solo disponemos de tres eslingas y los que suben se las deben ir pasando a los demás, con ayuda de una cuerda y una polea.

En mi caso, entran además a jugar los nervios. En un instante las manos me temblaban y no parecían obedecerme. Y es que a pesar de que no estamos todavía muy alto, se deben coordinar demasiadas cosas nuevas a la vez y, a medida que subía, tenía que concentrarme en cada movimiento mucho más de lo esperado. De repente, todo se volvía más lento. Como si solo fuera capaz de pensar en una sola cosa al mismo tiempo. Claro que eso no le pasa a todo el mundo. Algunos como Sebas, Fer y Pablo suben y bajan por esa torre como micos entre las ramas.

Al llegar al andamio, además, el mundo empieza a moverse a cada paso, como si uno acabara de montarse en una balsa endemoniada. En los extremos, de hecho, es todavía peor y, desde el primer paso, uno siente que a la menor equivocación saldrá disparado por encima de la baranda.

La pasarela obviamente es larga y estrecha. Pero, además, como la lona verde solo deja ver hacia el muro, uno siente también cierta claustrofobia. Por momentos, incluso, fue como si caminara a tientas en la oscuridad: muy muy muy despacio.

Lo más loco de todo fue que apenas estuvimos en nuestros puestos, cada quien asegurado a su línea de vida, con algunas latas de pintura a disposición, aparecieron las primeras gotas de agua en casi tres semanas. Esporádicas, insignificantes, pero suficientes para que la SISO nos indicara que debíamos bajar de inmediato.

Mejor dicho: si la cosa sigue así, creo que no vamos a terminar nunca.

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