Primero fue el lavamanos. Empezó a gotear y a formar charcos por todo el baño y, mientras que alguien vino a arreglarlo, tuvimos que mantener la llave cerrada.
Luego fue el lavaplatos. Un día el tubo metálico salió disparado hacia arriba a causa de la presión y aunque lo volvimos a acomodar como mejor pudimos, siguió sucediendo hasta que solo fue posible lavar con un chorrito diminuto y ridículo con el que uno terminaba enloquecido.
Conseguimos entonces una llave nueva, pero el día que vinieron a instalarla le subieron demasiado a la presión de la casa y la bomba del sanitario quedó soltando agua a perpetuidad. Miche, el vecino, vino enseguida a revisar y confirmó los peores pronósticos: había que comprar una bomba nueva.
Después de caminar casi todo el pueblo, por fin la conseguimos. Y es que resulta que los sanitarios nuevos, esos del botón encima, en toda la mitad, tienen una bomba completamente distinta, sin ese clásico flotador gigante que uno sí sabía cambiar.
El man que nos atiende en la ferretería nos explica lo que ya más o menos sabíamos. Que los acueductos del Carmen bajan de los cerros con demasiada presión y que si uno se descuida, se le termina dañando toda la tubería. Lo mejor para eso sería comprar un artefacto que regule la presión. De hecho, nos muestra uno y nos dice cuánto vale. A continuación, saca también la bomba de la caja y nos enseña cómo funciona. Se asegura así, se desasegura asá, se alarga de esta forma, se suelta de esta otra… Todo parece muy sencillo.
Al llegar a casa cerramos el agua y tratamos de quitar la bomba anterior del sanitario. Infortunadamente, el mecanismo, es bastante extraño, durísimo, incómodo para maniobrar y, para colmo, endeble, por lo que da temor aplicar demasiada fuerza. Finalmente, después de varios intentos, Catalina lo logra.
La nueva bomba se deja poner súper fácil. Sin embargo, al abrir de nuevo la llave no vemos ni media gota que llene el tanque del sanitario. Tanto así que, de un momento a otro, me siento como en un capítulo de la Pantera rosa y concluyo que tendremos que pedir ayuda.
Cata coge la pequeña hoja de instrucciones y se pone a leer. Tal parte debe estar a tal nivel, tal parte a tal otro, hay que mover también un tornillo por aquí, otro por acá… Y listo. El tanque del sanitario empieza a llenarse. Lo único que hacía falta era un poco de lectura.