Conexión

por Miguel
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Tras una larga fila, pagamos la cuota anual de la cooperativa y los servicios de instalación, y nos dijeron que listo, que entre quince y veinte días hábiles irían a a instalarnos la antena. Todo el mundo muy amable. Nosotros también.

A las cinco semanas llamé a preguntar cómo iba la instalación y me dijeron que habían tenido algunos inconvenientes y que por favor los disculpara, pero que con toda seguridad tendríamos el servicio funcionando para la semana siguiente.

A lo dos meses el asunto comenzaba a tornarse algo extraño. Yo no había dejado de llamar al menos una vez por semana y la respuesta casi siempre era la misma: que volviera a llamar al día siguiente, para ver si de pronto aparecía ya en la programación, como si un día pudiera hacer la diferencia después de varios meses y como si el teléfono no se mantuviera ocupado y fuera casi imposible comunicarse. Con todo y eso, no perdí la calma.

Una tarde, más o menos a los cuatro meses, pasé frente a la sede de la cooperativa y como no vi a nadie haciendo fila, aproveché para entrar y les expuse mi caso. Esta vez fui mucho más parco de lo habitual.

Después de revisar mi situación en el sistema, la secretaria se mostró sorprendida por el tiempo transcurrido y desapareció enseguida al fondo del corredor para hablar con el coordinador de la programación. Unos instantes después, al regresar, me aseguró que ya lo había puesto al tanto de mi caso y que en el transcurso de la próxima semana, sin falta, se estarían poniendo en contacto conmigo.

La siguiente vez, Catalina fue quien pasó frente a la sede y como no vio a nadie haciendo fila, aprovechó para entrar a preguntar por el asunto. Más tarde, al volver a casa, me contó que todo empezó muy normal, pero que en algún momento terminó saliéndose de casillas y se peleó con todo el mundo.

A partir de entonces las llamadas fueron cada vez más tensas, incluso desestabilizantes. Con todo y eso, lo único que variaba era el tipo de inconveniente. Unas veces la pandemia, otras la alta demanda del servicio en los últimos meses, otras el paro nacional, otras las lluvias y los estragos causados por invierno. Y claro, siempre nos pedían las mismas disculpas en un tono que ya sonaba falso y robótico.

A los seis meses, solo nos quedaba resignación e impotencia. Hasta que una mañana, una vecina que había pedido el servicio mucho después que nosotros nos llamó a contarnos que acaban de llegar los técnicos a su casa para la instalación. Sin embargo, al pedirles que pasaran también por nuestra casa, habían argüido que ya no les quedaban antenas.

Unos minutos más tarde, llamé hecho una furia a la cooperativa y me pidieron que por favor los comprendiera. Todo se debía a que estaban trabajando en orden de sectores. A partir de ahí, creo que ya no fui yo mismo. ¿Cómo iban a hablarme de sectores, si estaban instalando a menos de cincuenta metros de la casa? Esa simple pregunta nunca me la supieron responder.

Sin embargo, por primera vez desde que todo empezó, me pidieron el teléfono y se comprometieron a llamarme en un rato. Y así fue. Así que les di enseguida las señas para llegar y, al momentico, ya estaba abriéndoles la portada. Los saludé feliz y enseguida me respondieron:

-Vinimos ahí mismo. Nos dijeron que había un señor muy bravo.

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