Planes para el futuro

Miguel Botero

Suena un número desconocido y curiosamente contesto. Una joven voz de mujer me pregunta si yo soy yo y le respondo que efectivamente sí. Se presenta entonces a nombre de una cooperativa y me notifica enseguida de varios pagos atrasados en las cuotas mensuales de mi plan exequial.

Por un momento, pienso que se trata de una estafa. Hasta que, de pronto, recuerdo que hace unos meses me sucedió algo muy similar, tras recibir un correo con un pago a nombre mío, en el que resultaba imposible averiguar el motivo de la transacción.

En situaciones como esa, suelo dudar de la realidad. Y sobre todo de mí mismo. Sin embargo, estaba tan seguro de no haber pagado nada por ese monto, que respondí de inmediato el correo, aduciendo que debía tratarse de un error. También aproveché para preguntar qué era lo que supuestamente había pagado, pero la respuesta nunca llegó y yo tampoco volví a pensar en el tema.

Con la llamada, alcanzo a imaginar lo excéntrico que sería, si alguien consiguiera estafarme con mi propia muerte. Y así, entre pensamiento absurdo y pensamiento absurdo, recuerdo de golpe, casi como en sueños, que alguna vez, hace un par de años, mi papá me mandó unos papeles para firmar. A lo mejor sea eso.

Toda esta sucesión de recuerdos, conjeturas y suposiciones dura apenas unos segundos. Más exactamente, hasta que me escucho a mí mismo preguntar si el plan exequial no será tal vez de mi papá, que sin duda lo necesita más que yo. Pero me responden que no. Que el plan está a nombre mío. De lo contrario, no me estarían llamando.

La verdad, ya no sé muy bien qué pensar. Me limito entonces a decir que consultaré la situación con mi familia y que, tan pronto obtenga respuesta, les devolveré la llamada.

Tras averiguar directamente con mi papá, verifico que, en efecto, se trata de los papeles que pensé. La diferencia es que en aquel tiempo, di por hecho que el plan era solo para mi papá y resulta que yo también estoy incluido. Aunque, claro, eso no explica que hayan empezado a llamarme, ni a escribirme ni, mucho menos, a cobrarme. Mi papá queda entonces de averiguar lo que sucede y finalmente colgamos.

El asunto tiene bastante de paradójico. Y me deja pensando. Después de todo, nunca me he preocupado por planificar prácticamente nada en la vida, para que de pronto, de la noche a la mañana, parezca que mi muerte ya está resuelta. Suena extraño, la verdad. Aunque, de momento, prefiero no conocer los detalles.

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