Campos messiánicos

por Miguel
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Uno dice una cosa y pasa justo lo contrario. Dice lo contrario y pasa justo la otra cosa. Y de repente, cuando de puro milagro uno le pega a un marcador, ahí mismo se atribuye gran parte del mérito y hasta mira con cierto desdén a los otros pobres que no fueron capaces de ver algo tan evidente.

En fin, los viejos y queridos sesgos.

En la polla mundialista, que yo mismo organicé, voy peleando el último puesto. No sé. Suelen ganarme la terquedad y la mala suerte. Y eso por no hablar de otra gente que parece iluminada por los espíritus celestiales que conducen el fútbol. Quién sabe cómo hacen.

De todas formas, todos los puntos de vista tienen sus ventajas.

Es divertido (o de pronto no tanto) ver pulverizado lo que uno acaba de decir en cuestión de instantes. La falta de información. La complejidad de las cosas. El famoso azar. La rueda de la vida que todo lo arrastra sin compasión.

Al principio, por ejemplo, yo quería ver a Messi flotar por el campo, así fuera convertido por arte de magia en jugador de Brasil. Y no tiene nada de raro. Además de la terquedad, también suelen ganarme las ideas estrafalarias. Solo por llevar la contraria.

El caso era que quería ver a Messi jugar en llamas. Inspirado. Sin esa presión absurda de compararse, ni demostrar lo indemostrable, ni de creer tampoco que un partido define algo más que un simple juego. Y eso teniendo en cuenta que los juegos pueden llegar a ser la cosa más seria que existe.

El mundial, sin embargo, se encarga de poner a cada quien en su sitio de manera inobjetable. Brasil, que tanto me gustaba, terminó siendo presa de cierta sobradez. Mucho bailecito, mucha paradiña y, al final, como en los últimos mundiales, queda la sensación de que se fueron con prematura facilidad. Como si les hiciera falta algo. Contundencia. Magia. Esfuerzo. Macumba.

Lo que nadie puede dejar de admirar en Brasil es que siempre juegan hacia adelante, de manera generosa y estética. Todo lo contrario de esta Francia, que practica un fútbol rácano y horrible, que no enamora a nadie. Con semejante nómina, no les da pena colgarse del travesaño y defender un resultado durante medio partido, como si fueran un equipucho cualquiera.

Argentina, en cambio, ha sido una selección que representa perfectamente al fútbol suramericano. No cuentan con un esquema robótico que limite la creatividad de los jugadores. Muchos gambetean y le pegan de lejos. A contracorriente de casi todos los equipos de este mundial, los argentinos juegan de manera atrevida y arriesgada. Incluso se dan el lujo de tener al único jugador del mundo que, durante el partido, recorre apenas la mitad de distancia que los demás jugadores.

Messi no solo ha sido el máximo protagonista del torneo, sino que a pesar de su velocidad ya mermada, sigue siendo el mejor del mundo y se aleja por completo de cualquier postulado atlético.

El juego de Messi pasa por otra cosa que a lo mejor no volvamos a ver. Es difícil saberlo, pero tal vez, en un futuro, terminemos perdidos en la medición de carreras y distancias recorridas y saltos y posesión y cantidad de pases y mapas de calor y otros datos absurdos por el estilo.

Messi juega con el balón incrustado en el pie izquierdo. Y nunca, por nada en el mundo, la pelota se le va larga. Entretanto, recorre los campos a su antojo. Los comprime, los estira. Los diluye. Un verdadero astro que todo lo altera y lo curva a su alrededor.

Aunque Argentina se encontró al principio con una derrota inesperada, siempre ha jugado enfocada y seria. Combina la técnica, el orden, la picardía, la garra, la buena definición. Por algo llegó al torneo en condición de favorito.

A diferencia de Francia, Argentina no hace otra cosa que proponer juego. Durante gran parte de los partidos, somete a sus rivales sin ponerse a especular.

Otra cosa que me encanta de Argentina es su cuerpo técnico. Pareciera muy normal, pero nunca antes había visto que cuatro ex-jugadores de máximo nivel se unieran para dirigir una selección a la que ellos mismos pertenecieron.

Llama también la atención la falta de veteranía en la nómina titular. Y que incluso jóvenes como Enzo y Mac Allister (que ni siquiera salen en el álbum de Panini) sean figuras inesperadas del equipo y jueguen como si llevaran toda una vida en selección.

Si el fútbol es un estado de ánimo, este equipo argentino lo tiene en un nivel preciso para competir al máximo. Desde Italia-Francia, en 2006, no se perfilaba una final tan atractiva. Las otras han sido un bodrio. Esperemos que esta salga buena y que gane Argentina.

Datos curiosos:

Aimar, Samuel y Scaloni fueron campeones sub-20 en el mundial de Malasia, de la mano de José Néstor Pekerman.

El «ratón» Ayala es el cuarto jugador con más presencias en la selección argentina. Debe su apodo al otro «ratón» Ayala, gran delantero argentino que jugó el mundial de Alemania 74.

Alexis Mac Allister es hijo del Colorado que jugó con Maradona en Boca, en la selección y luego en el Showball.

A los once años Julián Álvarez fue a probarse en las inferiores del Real Madrid y aprovechó para tomarse fotos con uno de sus ídolos: Ángel Di Maria. La «araña» también viajó a Rusia en 2018, en calidad de sparring de su selección.

A la hora del té, este tipo de cosas no son solo curiosas. También pesan. Tienen mística. Esperemos que Suramérica y que el fútbol atrevido y bien jugado ganen de nuevo un mundial.

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