Magos

Miguel Botero

Alguna vez leí una entrevista que Álvaro Cepeda Samudio le hizo a Garrincha cuando Garrincha vino a jugar al Junior de Barranquilla.

Garrincha fumaba desde los diez años, tenía los pies girados hacia adentro y una pierna 6 centímetros más larga (o más corta) que la otra. Además de sus genialidades futbolísticas, lo precedía la fama de borracho, mujeriego, fiestero y, curiosamente, la de bruto.

Porque, claro, al parecer era una persona sencilla, con poca educación formal y eso, por lo general, es más que suficiente para tachar a alguien de bruto.

Yo creo, por el contrario, que un genio del fútbol no puede ser bruto de ninguna manera. Ni siquiera en lo puramente intelectual, que es donde suele calificarse la inteligencia.

Hasta donde sé, Garrincha terminó jugando un solo partido en el Junior. Para entonces ya tenía 35 años, había ganado dos mundiales (siendo figura en ambos) y había disputado 60 partidos con la selección brasilera, de los cuales solo perdió uno.

Lo que más recuerdo de la entrevista es la lucidez de Garrincha. Un tipo descreído y escéptico que observa con gran claridad la posición que él mismo ocupa dentro del mundo, como estrella del fútbol. Dice por ejemplo que todos los futbolistas son unos simples payasos que trabajan en un circo. Si hacen las cosas bien, el público los aplaude. De lo contrario, los rechiflan, los abuchean. Él, entretanto, disfrutaba su papel como un niño travieso que patea la pelota de calle en calle, en busca de alguien con quién jugar.

Siendo diametralmente opuestos, Messi y Neymar son también magos del fútbol que hacen prácticamente lo que quieren. Como si el espacio-tiempo de la cancha les perteneciera y pudieran expandirlo y comprimirlo a su antojo. Y no solo eso. Sino que ven y ejecutan jugadas imposibles, de las que nadie más es capaz.

En ese sentido, me alegra mucho que puedan volver a jugar juntos. Más allá de la farándula publicitaria y mercantilista en que se ha convertido el deporte, esos dos jugadores representan la esencia del fútbol. No son los más altos, ni los más fuertes, ni los que más corren, ni los que más saltan, ni los que más duro le pegan al balón, ni los más obedientes a nivel táctico. Simplemente son los que mejor juegan. Verdaderos artistas del fútbol.

Al igual que a Garrincha, a Messi también han tratado de acusarlo de ser excesivamente sencillo, como si la verdadera inteligencia no proviniera del cuerpo entero y, para colmo, él estuviera obligado a demostrar algo más. Un absurdo total. Porque esa forma de jugar al fútbol es muy probable que jamás la volvamos a ver.

Neymar también ha tenido lo suyo. Y más allá de su reconocido histrionismo para exagerar las faltas, siempre se le ha tachado de fiestero, como si por el hecho de serlo, estuviera cometiendo algún tipo de pecado.

Afortunadamente, al igual que muchos jugadores brasileros, sabe que el fútbol no lo es todo y que, además, siempre existirá el carnaval: el mejor antídoto conocido contra las vicisitudes del mundo.

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