Ya sabemos cómo funciona. Dicen que van a publicar cualquier cosa en una fecha determinada y siempre esperan hasta las nueve o diez de la noche para hacerlo. Con los resultados, seguramente será igual.
Hacemos entonces el mismo ritual de otros viernes. Nos encontramos con Marc en una de las mesas de afuera en El Paraíso. Pedimos litro de cerveza, vasos de vidrio y nos ponemos a hablar de cualquier cosa bajo la música de fondo.
Mientras tanto, esperamos por dentro a que salgan los resultados, como si fuéramos capaces de olvidar y recordar al mismo tiempo.
Finalmente, como a las nueve, sale la evaluación de los jurados, y Catalina se abalanza de inmediato sobre los suyos. Mira la pantalla del teléfono por unos segundos y dice: ¡gané! . Solo que luego dice: ah no, no gané… Marc y yo la ayudamos entonces a verificar entre unos puntajes que fácilmente se mezclan con otros de más arriba y con otros de más abajo.
Y efectivamente: ganó. Abrazos. Risas. Saltos. Besos. Miradas brillantes.
Siguen los míos. Y ni siquiera por un segundo alcanzo a pensar que gané. Todo lo contrario. Requeteperdí. De hecho, si fuera de las personas que presumen de sus fracasos, tendría con qué alardear como todo un campeón: décimo entre once participantes. De hecho, apenas supero al último por unas cuantas décimas.
Mejor no buscar explicaciones. Lo más aconsejable es pasar la página. O hasta cerrar el libro. Así que volvemos más bien a los resultados de Cata y rectificamos una y otra vez más los mismos puntajes, como si no pudiéramos creerlo o desconfiáramos de nosotros mismos y de la propia realidad.
Llamo enseguida a los amigos de Deúniti. Ellos nos avisaron de la convocatoria y, por lo que alcanzamos a ver, también ganaron.
Pablo no contesta. Juanes sí. Al parecer están en una playa y también acaban de enterarse.
Y no sé. Tal vez sea mal perdedor, pero haber quedado tan mal me parece algo exagerado. No digo que tuviera que ganar, pero ¿décimo entre once?
Mejor le paso a la ganadora que anda radiante y salta y ríe y grita después de tomarse un aguardiente doble como si nada. Tanto así que cree estar hablando con Pablo, no con Juanes. Lo mismo da. Hay que celebrar.
Pagamos la cuenta y vamos a comer chorizo a la Especial. Luego seguimos para Bohemia y pedimos una botella de vino con tres copas. Cata sigue tan feliz como si le acabaran de dar la noticia. Brindamos y brindamos. Yo también ando feliz. Ni siquiera habría que aclararlo. Solo que a veces, de vez en tanto, alcanza a rasguñarme una especie de orgullo por haber quedado tan mal, como un pequeño demonio que trata de aguarme la fiesta.
Igual no importa. Son solo pequeñas ráfagas inevitables que el vino y el rostro dichoso de Cata van apagando para siempre.
Afortunadamente, alguien sacó la cara por la familia.