Finales

Miguel Botero

Mi forma de dormir siempre ha sido una extraña mezcla de interrupción constante y profundidad absoluta. Eso significa que en ocasiones, si la penumbra consigue ocultar toda referencia espacial, de repente me despierto y por unos segundos no sé muy bien dónde estoy. Es más, si me encuentro en una carpa y la oscuridad es total y encima hay un arroyo cerca, es posible que me cueste respirar y trate de salir a través de la tela templada como si me estuviera ahogando, hasta que al fin lo consigo y respiro hondo mirando al cielo con intención de calmarme. A esas alturas, infortunadamente, el daño ya está hecho y si no me acuesto en la carpa con una linterna encendida, será imposible que vuelva a conciliar el sueño.

No es de extrañar, entonces, que un día cualquiera haya imaginado que una persona despierta en unas escalas sin saber dónde está. La única diferencia, en este caso, fue que la sensación se extendía mucho más allá de lo evidente, volviéndose casi fantástica. Lo cierto es que en algún momento mexicano, frente al lago Pátzcuaro, escribí un montón de páginas casi sin darme cuenta y con el tiempo las revisé en El Carmen de Viboral y encontré unos párrafos que llamaron mi atención. Más que todo por la poética y por unas descripciones inusuales que se terminaban deshaciendo en hilos de extrañamiento, hasta dislocar por completo la llamada realidad.

Como era de esperarse, semejante cantidad de distorsión me llevó enseguida a preguntas muy obvias. ¿Locura total? ¿Alucinógenos? ¿Fantasía? ¿Borrachera extrema? ¿Todas las anteriores y muchas más? Y claro. En algún momento surgió la respuesta. Hongos alucinógenos. De los que crecen en la boñiga de las vacas.

Si los recuerdos no me engañan, la reacción en ese punto fue decirme a mí misma: «uy, no». Y obvio. Si en realidad lo dije, seguro fue por un motivo muy sencillo. Después de todo, las palabras y la psilocibina suelen habitar dimensiones paralelas que muy pocas veces se cruzan entre sí. Además, desde que llegué al punto final de Piragua me había prometido no complicarme mucho la vida con el siguiente escrito y hacer más bien algo sencillo.

Los recuerdos, en todo caso, son algo así como un subgénero de la ficción y suelen deformarse como nubes libres que no hacen otra cosa que mutar. Es por eso que al hablar desde cualquier punto lejano acerca del pasado, nunca sobra llevar un mínimo de sospecha.

Pero bueno… Lo primero que surgió, sin lugar a dudas, fue un sitio. Unas escalas de luces ambarinas, abiertas a la lluvia nocturna de una ciudad. Pero lo llamativo no fue tanto eso, como la forma en que un narrador abstracto describía algo en apariencia simple y habitual, como si lo estuviera percibiendo por primera vez. Había caos y había distancia y rareza y, sobre todo, una poética estridente y divertida que me terminó convenciendo de seguir por esa misma línea, sin importar que esa tal línea fuera la cosa más vaga y vaporosa de este mundo.

Si no estoy mal, eran algo así como dos páginas que me puse a repasar y a corregir, añadiendo y quitando cosas, hasta descubrir que en esos pocos párrafos había en realidad dos escenas distintas. Un edificio común y corriente y un hospital.

Otro día, con las escenas ya separadas, descubrí que se trataba además de dos personas distintas y en un principio, para ser sincera, eso no me gustó tanto. Ya venía de trabajar dos voces en Piragua y lo último que quería era seguir en ese mismo esquema. Y eso por no hablar del momento en que me dio por pensar, o simplemente descubrí, que las dos personas eran chicas jóvenes. Eso tampoco me gustó tanto. Me pareció algo oportunista. Y difícil. Y casi que traté de no hacerlo. Solo que claro. Al final lo hice y ahora extraño escribir como una chica joven que jamás se pondría a buscar las famosas explicaciones que tanto ensombrecen el inicio espontáneo de las cosas. De cualquier modo, es mucho mejor dejarlo así, en la contradicción incesante que suele atravesarnos. En la superposición. En la ambivalencia. En esos lugares maravillosos que se recorren por escrito y que luego, en algún momento, cuesta tanto soltar.


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