Desconcentración

por Miguel
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Suena como si uno se hallara en altas concentraciones de sí mismo y, de repente, se diluyera entre algo, para luego andar por ahí como un desesperado buscando sus propias partes.

Si me remontara en el tiempo, tendría que decir que las cosas no han cambiado tanto. Siempre fui distraído. Elevado, que llaman. De golpe me abstraía en una especie de ensoñación, me volaba sin saberlo y, de un momento a otro, dejaba de atender las señales del planeta Tierra.

Lo extraño es que parecía concentrado. Solo que esa alta concentración de partículas de mí mismo, encerraba en el fondo algo demasiado volátil, etéreo y, ante la menor perturbación, el ensueño desaparecía por completo.

Para completar, todo el mundo me preguntaba siempre lo mismo. Ah… ¿y en qué andabas pensando? Y la verdad, la mayoría de las veces no tenía la menor idea.

Con las tareas, en general, me sucedió algo parecido. Unas pocas veces me senté a hacerlas, pero siempre terminé pensando en cualquier otra cosa. Así que pronto decidí que eso no era lo mío y las abandoné por completo para el resto de la vida.

Hasta que de pronto, muchos años después, me dio por escribir. Y de hecho, creo que la constante disolución de mis propias partículas tuvo bastante que ver con el hecho de aplazar el asunto una y otra vez. Con todo y eso, llegó el día en que, como dice la gente seria, me impuse a mí mismo una mínima dosis de disciplina y, desde entonces, comenzó la batalla interna.

A veces me siento a escribir y al momentico me paro. Otras me quedo sentado como si estuviera esperando algo y no hago absolutamente nada. Otras sí me pongo a escribir, pero en vez de ir hacia adelante no hago sino devolverme a pulir detalles insignificantes. Otras veces me pongo a revisar el teléfono. Otras a buscar cualquier cosa por internet. En fin…

La mayoría de las veces, sin embargo, ni siquiera llego a sentarme y, simplemente, me la paso deambulando por ahí en busca de cualquier otra cosa para hacer, como si tuviera que acumular tiempo y kilometraje de divagación antes de poderme sentar a escribir.

Como quien dice, solo faltaba que me diera el bicho este y dejara mis partículas aun más dispersas de lo habitual y, encima, titilando de segundo en segundo.

De pronto se me ocurren dos frases y mientras tecleo la primera, ya se me olvidó la segunda. Y no es que la recuerde al rato. Se desvanece del todo.

¿Para dónde iba? Últimamente, nunca dejo de preguntármelo. Y así, una y otra vez, me veo obligado a buscar nuevos rumbos.

Y no tiene nada de malo. Todo lo contrario. Porque igual surgen de pronto. Y me sorprenden. Y mientras tanto, me dejo llevar por los aires como un cocuyo intermitente. De baja resolución.

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