Siempre me ha parecido curioso que alguien anteponga lo que llamamos arte a lo que llamamos vida, como si semejante cosa fuera posible.
Empezando por el motivo más obvio. Que si quitáramos la vida de la ecuación, no se podría hablar del tal arte ni se podría hablar de nada. Pero además, porque ante la cantidad de maravillas que conforman el mundo, resulta ridículo que alguien pretenda superar todo aquello con un par de pinceladas, unas notas, unos cuantos versos o una simple idea.
Sea lo que sea, el tal arte no tiene otro material que el ofrecido por la vida misma. Y en ese orden de ideas, los supuestos creadores no son (como antes) personas que dialogan con los dioses para bajarles obras provistas de un aura celestial a los humanos comunes y silvestres, sino simples manipuladores de los elementos que ya existen.
¿Pero que tiene su misterio? De eso no hay duda. Porque un artista viene siendo algo así como un canal, una antena que capta cosas. Y además el arte no se busca. Simplemente sucede. Aun así, la información ya está flotando en el ambiente y, por lo tanto, los intermediarios no deberían atribuirse méritos excesivos.
Hablando de la escritura, en particular, se supone que los materiales provenientes de la realidad son como especies de ladrillos con los que se pueden construir otros asuntos. Sin embargo, todo lo que se haga con esos ladrillos no es más que una distorsión, una búsqueda de sentido, y a eso se le suele llamar imaginación. Algo incontrolable que habita en cualquier persona. Una fuerza indirigible que, de repente, halla cúmulos de relaciones secretas entre las cosas y logra que entablemos un diálogo íntimo con las distintas capas del mundo.
En cuanto a los ladrillos, algunos autores (Svetlana Alexievich, por ejemplo) hacen todo lo contrario y abogan por el material ya existente: historias contadas, en las propias voces de las personas. En ningún momento buscan apropiarse de ello, ni tratan de embellecer nada, ni de dotar a las palabras de artificios que las hagan más atractivas y supuestamente artísticas. Simplemente pulen el ripio, y listo.
Vuelvo entonces a la separación (absurda) que tantas veces se hace entre el arte y la vida. Como si una cosa fuera por un lado y la otra por otro, al estilo de la gente que dice sacrificar su vida en función de su arte. Toda una moda que proviene de los siglos y que aún permea nuestro tiempo.
Porque claro, así como los actores y las actrices tienen más éxito si son llamativos y apuestos, los artistas, y en especial algunos escritores, suelen vender una idea de sufrimientos y pesares que suele brindarles todo tipo de réditos.
Gente que no soporta ni disfruta la vida, pero que supuestamente tiene algo mucho más elevado a lo cual aferrarse. Y está muy bien tener una evasión, un refugio. Eso no se discute. Pero otra cosa muy distinta es creer que las cosas que uno mismo hace pueden superar a todo lo demás. Ya suena demasiado loco.