De un tiempo para acá mucha gente se mantiene en estado constante de indignación. Y no es de extrañar. La carta para hacerlo es bastante amplia y variada y, como dicen por ahí, hay para todos los gustos. O disgustos, más bien. Según se les quiera llamar.
Cada quien elige desde muy temprano sus indignaciones y las cultiva y las pule hasta tomar partido fervorosamente por lo que considera justo y apropiado. Al mismo tiempo, se espanta de que otros no escojan sus mismas indignaciones. Después de todo, la falta de indignación también es motivo de indignación.
La industria del entretenimiento, por su parte, ha convertido el asunto en una mina de oro. O lo ha propiciado, más bien. Porque, al final de cuentas, la tal indignación se ha convertido en una de las secciones fundamentales del entretenimiento.
Hace un tiempo, gracias a la cuenta de unos amigos, me la pasaba viendo películas en la página de Filmin. Y resulta que hay una sección bastante curiosa: un recomendador de películas que, en medio de tanta oferta, le ayuda a uno a escoger.
El primer filtro pregunta. ¿Qué te apetece? Reír, pasar el rato, indignarme, llorar, un poco de historia, algo inquietante. Hasta ese momento nunca se me había ocurrido que alguien buscara indignarse de aposta. Y no solo eso. Sino que pudiera escoger a qué época irá dirigida su indignación: Clásica, moderna, actual. Para finalmente elegir la densidad intelectual a la que está dispuesto: entretenida, accesible, exigente.
En ese orden de ideas, la combinación más difundida debe ser indignarse con temáticas actuales, pero de manera entretenida. Sin duda alguna, la forma más eficiente de adquirir nuevos elementos de desaprobación hacia el mundo que nos tocó vivir.
Y es que, claro. Queda medio complicado indignarse con uno mismo. Y ese es precisamente el truco de la tal indignación. Que siempre va dirigida hacia los demás y, por eso mismo, me exime bastante de tener que pertenecer a la ecuación. Y mientras tanto, puedo pasarme la vida de rabieta en rabieta, de crítica en crítica, de reclamo en reclamo y nunca voy a cambiar nada. ¿Y por qué? Porque a punta de berrinches no se solucionan las cosas. Y mucho menos si creo, en todo momento, que el mundo me está debiendo algo.
Mucho más difícil que mantenerse pendiente de lo que otros hacen y de vivir atado a las quejas de moda es tratar de ir construyendo algo. Solo que toma su tiempo. Y requiere esfuerzo. Por lo menos, trillones y trillones de veces más que el cómodo hecho de dejarse arrastrar por las emociones inmediatas.
Indignación: enojo, ira o enfado vehemente contra una persona o contra sus actos.
Y yo agregaría una segunda variante muy actual: enojo, ira o enfado vehemente contra ciertos conceptos y otros tipos de abstracciones. Ejemplos: el sistema, el capitalismo, las clases sociales, etc.
Cabe resaltar que en la segunda definición la ira ya no está dirigida hacia alguien en concreto, sino que, por el contrario, se ha transformado en una sensación bastante abstracta, capaz de dirigirse hacia cualquier parte.