La idea es ir al pueblo para arreglar el computador y comprar algunas cosas. Se nos ocurre además que, sin importar el solazo tan horrible que está haciendo, podemos caminar. Así que dejamos pasar el bus de la 1:30, nos ponemos los sombreros y salimos. Homero, como siempre, viene con nosotros y tendrá que devolverse solo, antes de llegar a Las Brisas.
En los últimos días, el camino alcanzó su máximo grado de polvero y las distintas motos que pasan llevando hortensias en cajas plásticas nos hacen detener a cada tanto. Y ni hablar de los carros.
Llegamos finalmente al pueblo y al negocio de reparación, y mientras yo le explico el problema al man que nos atiende, Catalina saca el computador de la mochila y lo pone sobre el mostrador. Luego se queda buscando el cargador y resulta que no aparece. Cosas que pasan… Afortunadamente, el man del negocio encuentra otro cargador que también sirve.
Dejamos el computador y nos vamos a almorzar. Después comemos helado de yogurt donde Isabel y Alejo y seguimos de compras por distintas partes del pueblo. Velas, aspirinetas, manzanilla, prontoalivio, palitas y rastrillo para la huerta…
Al final decidimos regresar por Betania. Nos metemos por el puente nuevo que pasa frente a un par de edificios y sube luego hasta un gran terreno loteado a punto de construir. De ahí seguimos por un rastrojo, pasamos junto a unos tubos de acueducto apilados y llegamos al alambrado en el que se cortan dos caminos destapados: el que solemos tomar y otro que no hemos tomado nunca.
Cata cruza el alambrado y aprovecha para preguntarle por el otro camino a una chica que justo pasa por ahí. La chica a su vez nos pregunta para dónde vamos y se ofrece entonces a guiarnos hasta la trocha que conduce a Viboral. Se llama Diana.
El camino se bifurca varias veces. Cultivos de repollo verde-azul. Invernaderos. Sembrados de zanahoria. De papa. Pasamos también por un sitio llamado el Hueco: una hilera de casas a modo de barrio en miniatura, donde un sinfín de perros salen a ladrarnos.
Justo antes de llegar a unos rieles súper empinados, nos metemos a la derecha por un desecho que avanza zigzagueante entre dos alambrados y vamos haciendo equilibrio sobre todo tipo de maderos para evitar los numerosos charcos y pantanos.
Travesías. Subimos, bajamos, volvemos a subir. Entretanto, hemos pasado cultivos de arveja, de fríjol y maíz dorado y también de esos juncos largos que tanto se usan para los arreglos florales. El último tramo hasta la cima de una colina lo hacemos por la tierra removida de un viejo cultivo de maíz, donde una pandilla de alcaravanes picotea sin cesar.
Una vez arriba, se alza Viboral frente a nosotros. Diana nos dice que solo es cuestión de volver a bajar y de encontrar alguna tabla que cruce la cañada. De ahí en adelante, el camino se encargará de guiarnos hasta la carretera. Nos despedimos entonces, le damos las gracias y nos deseamos mutua suerte.
Saltamos la cañada en el paso más estrecho que hallamos y seguimos avanzando en busca de una trocha. Al final, sin embargo, terminamos metidos entre las pitas de un cultivo de pimentón.
Seguramente, saldremos a todo el frente de una casa. Y aunque nos da un poco de pena, no vemos más opción. La próxima vez, habrá que fijarse mejor en el camino. O averiguar.