El huevo o la gallina

La verdad, no sé ni por dónde empezar (jajajaja). Al peor estilo de las conversaciones sin sentido, en las que uno anda tan desorientado que no sabe ni cómo se llegó a ese punto. Solo que, precisamente, es en esos puntos, cuando suele tocarse el tema: ¿qué fue primero: el huevo o la gallina? Y basta con oír semejante cosa para que a uno le dan ganas de teletransportarse lo más lejos posible.

Hay que reconocer, sin embargo, que a veces uno anda tan desocupado que puede terminar buscando al respecto en internet y descubrir, además, que ya desde la antigüedad se viene hablando del tema.

Leo por ejemplo que un tal Macrobio mencionó la cuestión por allá en el año 400 d.C. y, sinceramente, no puedo dejar de admirar a alguien con un nombre como ese. De ahí para atrás se menciona también a Plutarco y más atrás todavía a Aristóteles. Como quien dice: ni siquiera es posible saber quién fue el primero que salió con esa huevonada.

Como la historia de tantas otras cosas, se supone que todo empieza con los griegos y que, tras siglos de oscurantismo, la cuestión pasa a manos de la ciencia especializada, en tiempos más recientes. Nunca me han convencido ese tipo de cuentos, pero, con todo y eso, no deja de ser increíble que hasta un cosmólogo como Stephen Hawking tenga algo que ver en el debate.

El asunto es que en cualquier alegato sin dirección o sin sentido, el problema suele estar en delimitar la definición de ciertas palabras, para asegurarse de que todo el mundo hable realmente sobre lo mismo. De lo contrario, no falta por ejemplo la persona demasiado literal que pueda argumentar, de manera algo tramposa, que el huevo antecede a la gallina por millones de años de diferencia: Ah, nadie dijo huevo de qué… huevo es huevo…

Así que sin importar lo purista que pueda sonar, hay que delimitar mejor la pregunta: ¿qué fue primero, el huevo de gallina o la gallina? Y claro, tampoco podríamos estar refiriéndonos a la misma gallina porque, de manera igual de tramposa, la respuesta volvería a ser obvia: la gallina.

Mientras trato de aplacar mi desocupe, leo que los genetistas y los biólogos evolutivos parecen tener la última palabra al respecto. Tampoco falta la opinión de un montón de científicos de distintas universidades, que ya no saben en qué más gastarse los fondos que les asignan.

Mejor volver entonces a la vieja cuestión de las definiciones, que varios autores mencionan. Y ya que estamos centrados en la expresión huevos de gallina, aclarar los dos significados que puede tener:

  1. Huevo puesto por una gallina.

2. Huevo que contiene algo (como se le quiera llamar) con posibilidades de convertirse más adelante en gallina.

Sobra decir que, por lo general, ambas cosas suceden en el mismo huevo. Solo que como andamos atrapados en un círculo huevoso, todo nos lleva de regreso a la misma pregunta: ¿pero entonces qué fue primero? (favor pronunciar el interrogante en tono de niño malcriado)

Y aquí, en este punto, hay que decir que solo existe una respuesta: depende. Y no es un chiste (aunque también), porque depende única y exclusivamente de la definición de huevo de gallina que queramos adoptar.

Si escogemos la definición número 1, ella misma nos indica que se requiere una gallina previa para que haya huevo (obvio, Macrobio).

Si por el contrario escogemos la definición número 2, le damos prioridad al material genético en el interior del huevo y, en ese orden de ideas, el huevo habrá sido primero.

Aunque claro. No falta tampoco quien aparezca con opiniones recién salidas de la física cuántica y empiece a hablar de superposiciones y de orden causal indefinido o el que alegue que el huevo y la gallina son indisociables o que los principios y los finales son una simple invención sintáctica. Y así, entre afirmaciones y negaciones, el centro de la conversación puede desplazarse con facilidad hasta quedar ubicado en ninguna parte.

Y a continuación, cuando ya nadie tiene idea de nada, es típico que alguien aparezca a decir: ah, ¿pero entonces tú qué entiendes por tal palabra? Y normalmente, como ya se ha visto en demasiadas ocasiones, cualquier intento de conversación llega a su fin. Porque (obvio, Macrobio) nadie puede andar definiendo sus propias palabras y conversando al mismo tiempo.

De todas formas, hay conversaciones que terminan aún peor. Como cuando alguien pone de ejemplo a los nazis y empieza a hacer todo tipo de comparaciones al respecto. Esa mala costumbre se llama ley de Godwin. Y más allá de que sea en verdad una ley, es más bien una especie de consuelo. Y no tanto por el tema de las conversaciones, sino por saber que en alguna parte de este mundo existen personas tan desocupadas que dedican sus vidas a teorizar sobre temas semejantes.

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