Así era con el metal. Uno empezaba conociendo las bandas más famosas y luego, en cambio, se empecinaba con las más desconocidas que pudiera encontrar. Sin importar que sonaran monótonas, mal grabadas o demasiado parecidas a otras. Eso era lo de menos. Lo único valioso en ese aspecto era que nadie, o casi nadie, las conociera.
Siguiendo por esa misma tónica, los discos y los casetes eran un asunto casi sagrado. Y por algún motivo de esos raros, uno se sentía fácilmente merecedor de oír cualquier banda de black metal húngara, pero sin tolerar, en cambio, que otros semejantes pudieran hacerlo, con el ligero pretexto de considerarlos casposos.
En aquel entonces se mencionaba mucho la palabra underground. Y se suponía, casi con fervor, que una banda underground no se vendía al comercio. Que simplemente se dedicaba a hacer la música que le daba la gana y que ninguno de sus integrantes andaba por ahí promocionándose, al estilo de las estrellas pop.
Y no era ningún juego. Se trataba de un sentimiento tan fuerte que algunas personas llegaron al extremo de quemar discos por el simple hecho de considerar que una banda había traicionado su ideología underground para volcarse por completo en los intereses comerciales.
Lo extraño es que en varios sentidos, los primitivos parches de metal de aquel entonces guardan cierto parecido con el mundo de los libros. Y no tanto porque algunos escriban enfocados en el mercado. Eso cada quien verá. Sino porque a algunos no parece gustarles nada y se la pasan despotricando de otros, como si nadie más, salvo ellos, fuera digno de escribir o de leer ciertos textos.
En el mundo de la escritura, creo que el tal underground vendrían siendo los llamados escritores de culto. Escritores con un público especializado, reducido y fiel. Escritores que a lo mejor no han corrido con la misma suerte que otros (o ellos mismos no se la han permitido) o que, simplemente, les falta algo, así sea poco, para ser tan buenos como aquellos que pertenecen al olimpo de las letras.
Y no sé. Ya ni siquiera recuerdo por qué terminé hablando de esto. Quién sabe. A lo mejor vi algo por ahí y me impresionó la forma tan exagerada que tiene el mundo actual de querer exhibirlo todo de la manera más farandulera y comercial posible y, probablemente, me acordé de ese tiempo, cuando el radicalismo apuntaba hacia el extremo opuesto. El de no mostrarse, el de habitar la oscuridad, el de despreciar por completo cualquier cosa que huela a mercantil.