Cuando era niño, una tía me pidió que repitiera la palabra jamón muchas veces seguidas y, efectivamente, lo hice hasta escuchar de mis propios labios la palabra monja una y otra vez.
Quedé tan sorprendido que durante días me dediqué a repetir todo tipo de palabras varias veces seguidas, hasta descubrir dos cosas: que las palabras que comparten letras o sílabas de manera invertida, como amor y mora, tienen el poder de transformarse las unas en las otras en un ciclo sin fin, mientras que las demás palabras, de tanto repetirse, simplemente se convierten en un sonido hueco y absurdo, alejado de su dignidad inicial y vaciado por completo de significado.
Algo similar le sucede a las palabras o expresiones que por cualquier motivo se ponen de moda. Esas que emergen de pronto de su condición habitual para empezar a ser repetidas a lo ancho del mundo con una frecuencia tan demencial que terminan convertidas en comodines que sirven prácticamente para cualquier cosa.
En los últimos tiempos, sin ir más lejos, se supone que ya la gente no escribe, ni pinta, ni dibuja, ni compone, ni canta, ni toca algún instrumento, sino que genera el tal contenido. Y no sé. Generar contenido, generar contenido… Cada vez me suena más raro. Como a cualquier cosa. Como a nada.
Según el diccionario, generar significa tres cosas: procrear, producir y causar. Se entiende, por tanto, que en este caso, así suene algo rebuscado, significa producir. En cuanto a los significados de contenido, el que mejor aplica es una de las pobres y típicas tautologías que la RAE suele utilizar. Contenido: cosa que se contiene dentro de otra.
Más allá de definir las palabras a partir de sí mismas, está claro que el tal contenido puede ser entonces cualquier cosa y que, en realidad, solo se define en función del lugar que ocupa. O sea dentro de algún contenedor.
A partir de eso, podría decirse que una parte de la humanidad anda dedicada a alimentar unos recipientes virtuales, intangibles, inabarcables, que pretenden (falsamente) contener y abarcar todo lo existente. Por momentos, se habla tanto del tema que más bien parece que anduviéramos haciéndole todo tipo de ofrendas a las bocas, los dientes, los estómagos y los intestinos de unos dioses-monstruos-virtuales insaciables. Y no sé. La verdad, tampoco me suena.
En la escritura, por otra parte, la moda de narrar de principio a fin de un modo ultra contenido también se ha ido extendiendo más de la cuenta, y muchos cuentos, novelas y demás parecen más bien extensos telegramas tecleados por robots sin ningún tipo de emoción. No hay cambios de intensidad, no hay excesos, ni búsquedas, ni riesgos. En fin.
Y obvio que hay autores que lo saben hacer muy bien. Eso no se discute. Pero como dice Holden en El guardián entre el centeno, no le dan a uno ganas de conocerlos ni de llamarlos por teléfono. A lo mejor, tanta contención se traslade a la vida real y los autores terminen comportándose de la misma forma en que narran: de manera plana, sosa… ah, y moderada que, obviamente, es otro de los significados de la palabra contenido. Así que no. Tanta moderación, tampoco me suena.
Vuelvo a acordarme entonces de tiempos remotos, de cuando estaba en el colegio y uno de pronto intervenía en una conversación ajena. Por entonces, andaba de moda una frase que siempre e invariablemente le respondían a uno en esos casos: eh mijo… estoy hablando con el sanitario, no con el contenido.
Ahora sí sé. Tal vez a eso me suena la palabra contenido. Como si de repente todo el mundo anduviera hablando de producir mierda. De llenar y llenar un sinfín de cloacas inexpugnables hasta verlas rebosar por completo e inundar el mundo.
En ese sentido, prefiero mil veces escribir.