Efectos colaterales

por Miguel
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A Cata le dio duro la vacuna. Dijo que apenas despertó a la mañana siguiente, le costó levantarse. Que se sintió cansada, débil y que, después de desayunar, regresó de inmediato a la cama, donde permaneció prácticamente todo el día. También le dolió la cabeza y casi no tuvo hambre.

Sin llegar a abrir los ojos, me escaneo el cuerpo con la mente buscando una posible anomalía en mi sistema. En un primer instante, no tengo muchas ganas de levantarme. Los párpados me pesan un poco más de lo habitual. Sin embargo, también es cierto que vengo durmiendo muy poco. En ese sentido, todo normal.

Espero unos minutos para abrir los ojos. Las luces más tempranas se filtran por la cortina y los objetos del cuarto muestran sus primeras formas. Por el pedacito de cielo que alcanzo a ver, deben ser más o menos las 5:45 de la mañana. Todo parece indicar que será un día soleado.

Vuelvo a cerrar los ojos y me quedo tumbado un rato, esperando a que suba un poco la temperatura. Luego me levanto despacio, con cierta prevención y noto que todo está más o menos normal. Y cuando digo normal, me refiero a la normalidad de los últimos días. Un hormigueo aquí, una leve punzada allá, cierta falta de aire, algo de congestión…

Voy a la cocina a prepararme una tanda de manzanillas con cidrón. Abro las puertas de la casa y salgo a saludar a Homero que se abalanza sobre mí, sin dejar de hablar en su típico lenguaje aullado. Luego me quedo mirando el cielo y las montañas y, mientras tanto, siento el cuerpo más liviano, mucho más fluido que los días anteriores.

Paso la mañana tranquilo, sin forzarme mucho, a la espera de los primeros síntomas. Aprovecho para llamar a Alejandro, un amigo que también se vacunó ayer, y me dice que, hasta ahora, todo al pelo.

A la hora del almuerzo, todo sigue igual. De hecho, sigo con esa sensación liviana. Como si mi cuerpo, o sea yo mismo, estuviera regresando a los días en que simplemente se despertaba tranquilo. Como si nada.

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