Extensión

por Miguel
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No deja de ser extraño. Las veces que he empezado un escrito largo sé desde el principio que va a ser largo y, al menos en un primer momento, todo sale medio fácil, como de la nada. En términos ajedrecísticos, podría decirse que tengo una buena apertura. O de pronto no tanto buena como intuitiva, espontánea y, más que todo, optimista.

Adelantándome un poco, el remate tampoco suele darme problemas. He pensado ya lo suficiente, he ensayado ya lo suficiente, he fracasado ya lo suficiente y, en definitiva, navego hacia un punto que más o menos conozco. Solo es cuestión de irme acercando a él sin necesidad de dar más rodeos. Simplemente buscando llegar.

El asunto es que casi todos los escritos de cierta extensión se tejen sobre todo en la parte media. En esa zona difusa en la que se trazan caminos que se van bifurcando y bifurcando y cuya gran mayoría no suelen llevar a ninguna parte. Sin embargo, creo que en el fondo es justamente la propia extensión la que me genera todo tipo de dudas.

No sabría explicarlo muy bien, pero tiene que ver con una especie de inseguridad mezclada con la impotencia de no poder lograr lo que uno en verdad quiere. Esa sería una parte. La otra, por el contrario, está marcada por un escepticismo radical que me lleva a pensar que el hecho de narrar resulta imposible para cualquiera y, que en mi caso, se agrava ante la posibilidad de que cada frase que escriba pueda ser leída como una estupidez, una falsedad o una impostura.

Esa última, la del síndrome del impostor, me sucede bastante. Alguien capaz de timar con palabras. Así no lo sepa. Así no lo quiera. Es por eso que siempre lucho por no escribir en piloto automático, como si anduviera vigilante de un posible enemigo, buscando, además, no convertirme en un simple organizador de palabras. Alguien que sabe dónde debe ir cada una de ellas para causar un efecto tal. La escritura no puede limitarse a eso. Tiene que haber algo más. Algo profundo, misterioso, inasible o como se le quiera llamar.

Con todo y eso el tema de la organización de las palabras lo puede ir obsesionando a uno. Y hay que cuidarse. Porque tiene algo de enfermo. O bastante, más bien. Para conseguirlo, lo mejor es soltarse y tomarse esa parte como un juego. Como un niño que construye castillos de arena y luego los daña para regresar al día siguiente a tratar de hacerlos otra vez.

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