Aire

por Miguel
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Vengo de caminar la vereda y el pueblo por más de una hora y de nuevo me falta el aire. Entre idas y venidas, ya van casi tres meses.

Llego a la terminal, me monto al bus de La Ceja y por fin descanso. Quince minutos después mi papá me recoge en el Canadá. Está de buen ánimo. Como siempre. Nos saludamos sin abrazo, con el tapabocas puesto. Lupe, mientras tanto, ladra y ladra yendo de acá para allá por todo el carro.

Tomamos el retorno y seguimos hasta Cantarrana. Pasamos junto a una cervecería artesanal, donde nos dan a probar cuatro variedades distintas en pequeños vasos cerveceros del tamaño de copas de aguardiente. Alcanzo a dudar. Una de esas dudas que no perduran y que en el fondo uno hasta sabe que no son ciertas. O por lo menos no tanto.

Además de la falta de aire, llevo los mismos casi tres meses levantándome súper acelerado a las cinco de la mañana. Con todo y eso, logro convencerme con cierta facilidad de que unas cuantas cervezas no pueden hacer ninguna diferencia. Ni siquiera las que tienen café.

Catalina aparece al fondo, desde la carretera. Lleva una pañoleta de colores en la cabeza y nos busca con cara de perdida. Al vernos, sonríe. Ya estamos a punto de pedir cervezas de tamaño real, pero me sigue faltando el aire. Tal vez más que antes. Es difícil saberlo. Mejor ni pensar.

Aprovecho para irme a dar una vuelta. Inhalo despacio por la nariz y exhalo todavía más despacio por la boca, formando un huequito pequeñito y redondo. Alguna gente pasa y me mira medio raro.

Margarita (la esposa de mi papá) aparece de pronto desde el parqueadero del otro lado. Le cuento que estamos en la cervecería y quedamos de vernos allá. Inhalo, exhalo. Inhalo, exhalo.

Después de un rato, buscamos mesa en el sitio de comidas y esperamos a que nos atiendan. Un viento frío no deja de pegar de costado y voy mejor al carro por mi chaqueta. Al regresar, pido una cerveza al clima.

Todos comemos carne. Hablamos de Elvis Presley, de Chateaubriand, de razas de perros, de Rousseau, de Michael Jackson. Una conversación animada. Me tomo un par de cervezas más y siento que podría tomarme miles. Me quedo viendo un pase increíble de Messi contra Uruguay, en la proyección de una pantalla desteñida por el sol. Sin saberlo, ya no pienso en el aire.

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